En ese tiempo el hombre creía ser solo uno, aun le era extraña la idea de su multiplicidad. Según su percepción, el bebé dejaba de existir para ser niño y el niño dejaba de existir para ser joven y el joven adulto y el adulto un viejo y el viejo nada. Se pensaba evolutivo, su tiempo era el instante secuencial de la consciencia, no adivinaba el tiempo absoluto, el único instante, el único espacio, aquel en que están simultáneamente todos los sucesos, inmóviles, finitos. No intuía que en cada hoy coexisten todos los ayeres y todos los mañanas.
Teníamos en ese momento la misma edad, él parecía demasiado abrigado, intenté un dialogo casual, algo sobre el clima creo, él no respondió, se limitó a mirarme, preguntó si sentía frío, le dije que no, yo me congelo, agregó, seguimos una larga conversación, él se veía algo nervioso, talvez algo triste, aun así reímos mucho. Yo miraba las hermosas flores del jardín, él se levantó quizá muy lento y, frotándose las manos, como despedida me besó en la frente , fue extrañamente grato, no pude evitar notar su inmenso parecido con mi hijo pequeño que estaba durmiendo en mis brazos, sentí el dulce agrado de su olor, pensé que un día sería como ese hombre que me besó la frente, me emocionó pensarlo, me vi de pronto viejo y torpe e imaginé que era mi hijo ese hombre extraño que con tanta dulzura me besó, pero para que pensar en esa futura nostalgia, es un hermoso verano y siento el calor de mi niñito en los brazos.
GT
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