Iba por la carretera, solo, como tantas veces, perdido en la serena contemplación de esa sucesión de líneas y luces que promete destinos desconocidos. Sin prisa, como aquellos a quienes nadie espera, cansado, como todos los que han hecho de sus vidas una batalla. Me tentó ese precioso camino que se desviaba de la vía, iluminado y sin peajes, decidí entrar en él, para ver cual era la maravilla que escapaba al hambre inacabable del materialismo urbano. La salida se torcía suavemente en una curva alucinante que pasaba bajo la carretera, para enfilar el rumbo hacia una silueta arbolada de noche y sombras, en donde el camino se hacía terroso y acalaminado. Cuando todo parecía hacerse soledad de camino rural, de fundo, divisé la luz cálida, temblorosa, de farol al viento, entre ramales y zarzas había caballos y coches. Pronto aparcaba en un barroso antejardín campestre. Era una confusión de bar, hostal y pajarera, con olor a arrollados y a hombres de tierra, con toscos vasos de vidrios turbios, con vinos aguados y dulzones, me senté en una de las mesas y pronto una mujer de esas de servicio y ternura puso sopaipillas, pebre y vino sin mediar instrucción alguna, le entregué un dinero que me pareció más que suficiente y que ella tomó sin mirar siquiera, los hombres bebían entre risas y cantos rurales, la música acompaña sentidos y banales lamentos, que se nutren de la familiar palmada al anca de la niña, que desde hace demasiados años sirve mesas con los mismos clientes. De pronto entran los hombres graves, trajeados, y los miro con asombrada falta de disimulo, “vienen del velorio del pueblo” me dice la moza, atraviesan el recinto y se sientan a mi mesa, tienen un arrastrado acento argentino que llama mi atención, uno de ellos está perdiendo la vista, pero lo disimula con la forma natural y el dialogo fluido, cautivante, que positivamente nos arrastra en una corriente de criollismo y milonga, poco dice de si mismo, pero algo se intuye como de grandeza y docta comprensión que lo hacen imposible en este lugar que, a los demás, parece habernos obligado a un experienciar vulgar y, entre más de un trago y otro, la eternidad del momento se torna sustancial. De pronto nos encontramos atrapados entre versos, y me veo sin saber como, en una cama que huele a tierra y trilla, con una mujer de dulce uva y mostaza, estoy extasiado de entrega y abandono, sin pensar, agradecido y dispuesto, entre sudores intuyo las luces del amanecer, luego todo es luz intensa y preguntas, “¿tu nombre?”, “¿tu edad?”, y esas frases de nada, “todo estará bien” y yo, sin que me importe recordar el accidente, desesperadamente, quisiera saber donde tomé el desvío.
GT
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