En ese extraño país, por más de cuarenta años, el sistema educativo se mantuvo en declarada reforma o revolución, sin cambios verdaderos. Los encargados de guiar estos procesos insistían, vehementemente, revolucionariamente, en un esplendido despliegue que concluía en variaciones, simplemente, cuantitativas. Más horas, menos de aquello, más de esto, este contenido en lugar de este otro y así hasta la nausea, sin variar nada sustantivo. ¿Y los vicios evidentes del sistema? Bueno, tranquilos y sin novedad, gozando de maravillosa salud. ¿Cuales eran?, si atendemos a los sesudos diagnósticos de época, se podría llegar a creer que el problema era que los educandos no aprendían un conjunto de contenidos específicos, en este punto la compasión nos impide la risa. En realidad los problemas incluían, entre muchos otros, un sistema que favorecía: la discriminación, el individualismo y la competencia, en desmedro de la inclusión, el sentido social y la cooperación y que no respondía a un proyecto societal ideológicamente definido. Incrementando la rareza diremos que en ciertos colegios evaluaban a sus alumnos al ingreso, en pre-kinder, para medir su capacidad de aprendizaje, bajo la excusa de mantener un nivel homogéneo que no entorpezca el proceso del grupo, ¿qué pasaba con los que no ejercían esta discriminación inicial? Se convertían en colegios que por no discriminar terminaban mal evaluados. Se abundaba en el uso de términos como: competencias, carrera, estatus profesional, mejores y peores, ganadores y perdedores, luego, los mismos que guiaban las naciones, se preguntaban, con una cara mejor diseñada para sentarse en ella que para hablar, ¿qué pasó con los valores?. No perdamos el tiempo con más ejemplos y abordemos el periodo del cambio. La idea inicial fue tan simple que no se pensó jamás que pudiese llegar a afectar de tal manera el desarrollo futuro de nuestra comunidad, la maniobra fundamental consistió en cambiar el método de evaluación de desempeño docente, ya no se mediría “cuanto saben los alumnos” si no el nivel de interés del niño por la asignatura y fue increíble lo que resultó, con absoluta libertad metodológica los expertos verdaderos, los pedagogos, dejaron de enseñar matemáticas y transmitieron el amor por las matemáticas y por la física, la geometría, los idiomas y todo cuanto se pueda imaginar. ¿El milagro?, los niños aprendían; no solo el contenido, también la actitud, la autogestión y la alegría que tan bien había ocultado el sistema anterior (si, el mismo que educaba para la diversidad y la inclusión, con uniforme). Se descubrió rápido que un niño con problemas para aprender no retrasaba al grupo y aprendía más que entre pares y se logró que el grupo no detuviera o normalizara a los brillantes. El proceso está repleto de movimientos interesantes, cuya lucidez podría desbordar volúmenes, pero citemos, por su modestia y arrojo, una medida singularmente eficiente, la supresión del premio al mejor alumno, ¿los fundamentos? innumerables, se trataba de niños y ya estaban en la lógica de la competencia intragrupo, se llegaba a un ganador y treinta y nueve perdedores, el ganador era indistintamente apreciado y despreciado por los demás, esto le hacía daño, un sistema perfecto, dañados los que perdieron y dañado el que ganó. En resumen, se reemplazó por un premio al mejor grupo, solo podían ganar si cooperaban entre ellos ayudando a los más frágiles, al prójimo. Con el tiempo la mayor parte de los centros de estudio terminó asignando una sala a cada profesor, así, existía la sala de matemáticas y los niños acudían a ella, estaba repleta de enigmas, juegos y anomalías, allí hallaban las respuestas llenas de magia, propias de un mundo que no querrían abandonar. Que decir de los salones de física, química, artes o música. ¿Los profesores?, entusiasmados, admirados, queridos y felices. Más tarde los colegios iniciaron el funcionamiento continuo, los alumnos podían permanecer allí a toda hora, incluso dormir allí en situaciones de emergencia, estaban en actividad permanente, pasaron a la cabeza en la ruta de desarrollo social en una forma cuyos detalles podríamos referir en otra crónica.
Tenemos una deuda con los héroes de este proceso, para ponderarla con justicia baste señalar que, antes del cambio, la sociedad había jerarquizado las profesiones de acuerdo a las expectativas de ingreso.
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